Por el grado de velocidad con el que se mueve, uno podría llegar a creer que Tangerine es una película que pasa por alto los detalles, que se queda en el enorme impacto visual que tiene esa búsqueda frenética, que su narración está supeditada al gimmick de haber sido concebida enteramente con un iPhone. Sin embargo, detrás de todo eso (o por encima) está Sean Baker, un director cuya filmografía no solo refleja un sincero interés por microcosmos de idiosincrasias bien reconocibles pero no siempre comprendidas (la industria de la reventa en Prince of Broadway, el cine porno en Starlet) sino que también sabe que para que sus personajes estén por arriba del vertiginoso montaje tienen que (re)presentar lo genuino, lo humano, lo honesto. Sin-Dee Rella – una prostituta transgénero que recorre las calles de Los Ángeles en la víspera de Navidad para encontrar a su novio/proxeneta quien la engañó mientras ella estaba en la cárcel – no solo no es necesariamente querible desde el vamos sino que no prentende serlo. Los personajes de Baker (y Sin-Dee en particular) no intentan ganarse al espectador con un puñado de secuencias “de redención” ni tampoco pretenden pedir disculpas por sus acciones. Así son en el único ámbito que conocen y así se manifiestan cuando el caos se desata. No hay tiempo para eufemismos. Kitana Kiki Rodriguez – ella misma una mujer transgénero, lo cual es sumamente valioso para un cine que refleja sus cambios y necesidades – le aporta a Sin-Dee un histrionismo desde el minuto uno, aquel en el que pone una dona arriba de una mesa como regalo para su mejor amiga Alexandra (Mya Taylor, también mujer transgénero) hasta el gran final, uno de los pocos instantes en los que la película, tan ahogada en su vorágine, sale a la superficie, toma aire y resignifica todo el accionar previo.
En Tangerine poco importa si la protagonista encuentra a Chester o si logra vengarse por el desengaño padecido. El film es único porque va de frente, se ensucia los pies junto a sus mujeres en esa caminata incesante del día, se sube y baja de colectivos, se desarrolla con una personalidad tan avasallante que es imposible no sentir, al concluir la odisea, una profunda familiaridad con ese espacio tan alejado de nuestra realidad. Desde la bolsa con olor a mandarina que cuelga del taxi de un hombre vacío hasta ese atardecer naranja que cubre las ganas de Alexandra de ser cantante (el ser escuchado es fundamental en Tangerine) y las ganas de arrastrar todo a su paso de Sin-Dee, Baker construye una película clave no solo para la comunidad transgénero sino también para quienes se sienten abrumados por la connotación festiva de una celebración que a muchos les pesa. A continuación les dejo mi entrevista con Sean Baker, cuyo film se presentó en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
¿Cómo fue el primer encuentro con Kiki Rodriguez y Mya Taylor? ¿Se conocían mutuamente? ¿Tuvieron un período de ensayo?
Sí, mi co-guionista Chris Bergoch y yo conocimos a Mya en el LGBT Center de Los Ángeles. Nos acercamosa a ella porque nos dejó de una gran impresión de inmediato. La vimos a través de un patio y supimos que teníamos que hablar con ella. Cuando le conté del proyecto ella expresó su entusiasmo también, que era algo que yo estaba buscando. Luego Mya nos fue presentando a muchas de sus amigas para entrevistar y un día fue con Kiki a un lugar de comidas rápidas donde estábamos almorzando. En ese momento ellas vivían juntas. Cuando las vi a ambas interactuar me di cuenta que teníamos a un dúo dinámico frente nuestro. Se complementaban y al mismo tiempo se diferenciaban muchísimo entre sí. A partir de eso, Chris y yo supimos que teníamos que contar una historia con dos personajes femeninos protagónicos y que esos personajes tenían que ser interpretados por Kiki y Mya. Hubo un largo período de pre-producción en el que ambos trabajamos y ensayamos mucho. La escena del lugar de donas en particular nos llevó mucho tiempo porque básicamente no teníamos demasiado margen disponible para filmar ahí y teníamos que aprovechar lo que durara el permiso
¿Cuánto tiempo te llevó el rodaje y cuáles fueron los principales desafíos de filmar tu película con un iPhone?
Filmamos la película en un margen de veintitrés días y hacerlo con un iPhone fue sorprendentemente liberador, nos sacó muchos dolores de cabeza. Más allá de que el iPhone tiene lentes de calidad inferior, no hubo demasiados aspectos que nos jugaran en contra. Una vez que el material se pasaba a la computadora, editarlo era lo mismo que con otra clase de filmación. Personalmente, la clave fue aceptar al teléfono como una cámara, sentirlo tan importante como una cámara de 35 milímetros. Hubo un poco de ego en eso. Al comienzo dudaba de poder hacerlo todos los días pero eventualmente entendí que iba a fallar si no me tomaba al iPhone con seriedad
En el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se hizo la observación de que Tangerine es una película que de algún modo reversiona La Cenicienta, de hecho el personaje de Mickey O’Hagan pierde un zapato y el apodo de Kiki en el film es Sin-Dee Rella, ¿concordás con esa apreciación?
Bueno, mis guiones de por sí generan muchas alegorías vinculadas a Disney, eso pasa cada vez que escribo con Chris Bergoch. Él conoce a Disney como nadie
Una de las escenas más brillantes del film es la discusión en The Donut Shop, ¿cuán difícil fue filmarla teniendo en cuenta el caos intrínseco que la lleva adelante?
Esa escena fue un desafío, sobre todo porque solo teníamos el lugar disponible por dos noches y media y tampoco podía controlar el espacio completamente. Tuvimos que prometer que no íbamos a interfir con sus negocios así que trabajamos alrededor de lo que sucedía con los empleados y los clientes, alrededor de sus salidas y sus entradas. Desde el comienzo que estuvo muy guionado, es una de las pocas escenas que no tiene casi nada de improvisación. Por otro lado, yo no conozco el idioma armenio así que todo el diálogo armenio tenía que estar escrito en inglés primero, ser traducido después y para nada modificado. Mi objetivo era tener mucho material de esa secuencia para después reconstruirla en post-producción. Todo tiene que ver con el caos controlado
Tus películas, desde Take Out hasta Starlet, están focalizadas en trabajos y ámbitos sumamente específicos, con mucho nivel de detalle; ¿cuándo se despertó tu interés por la historia de Tangerine?
Sí, soy una persona que se interesa mucho por los detalles y es muy importante para mí que las personas en cuyas áreas me focalizo puedan apreciar la representación que hago de las mismas. En el caso de Tangerine, quería hacer una película sobre la intersección entre Santa Mónica y el Highland, así que tenía que llevarse a cabo en Los Ángeles. Yo soy un “transplantado” reciente, ya que viví casi toda mi vida en Nueva York, y me terminé enamorado de la ciudad en los últimos cuatro años. Cuando me mudé acá por primera vez, me di cuenta de que Los Ángeles es mucho más que lo que se nos muestra en el cine o en la televisión. Los estudios se encargaron de presentarla a través de imágenes de Beverly Hills, el cartel de Hollywood, Venice Beach y el Paseo de la Fama, pero lo cierto es que hay mucho más. Yo encontré numerosas comunidades, vecindarios, sub-culturas, en las que nadie profundizaba y eso era una lástima. Por otro lado, en el proceso de investigación, Kiki nos dijo que ella sospecha que su novio estaba engañándola con una mujer cisgénero. Chris y yo usamos esa información como puntapié para la historia. A fin de cuentas, la película es ciento por ciento ficticia pero observamos mucho a las mujeres con las que trabajamos para inspirarnos
En la última escena de Tangerine, la película toma aire para mostrar un gesto vital para la comunidad trans. ¿Siempre tuviste ese final en mente? ¿Cuán emotivo fue para Kiki y para Mya el proceso de sacarse la peluca?
Muchas gracias. Es la escena de la que me siento más orgulloso. La escribimos desde el comienzo así que sabíamos cómo iba a terminar la película desde las primeras cinco páginas que concebimos. Quise que fuera una secuencia que no tuviera ni un solo elemento manipulador: sin movimientos de cámara y sin música. La intención era que las interpretaciones hablen por sí solas. Kiki y Mya fueron extremadamente valientes por permitirnos filmar ese momento ya que, como vos decís, es un acto muy difícil para ellas, incluso actuando. Fue tan perfecto lo que hicieron en la primera toma que no pedí una segunda. Sabíamos que teníamos lo que buscábamos. Además, realmente no tenía ganas de que pasaran por eso una vez más
¿Qué directores del cine independiente han sido inspiraciones para tu trabajo?
Hay tantos…pero de los contemporáneos puedo mencionar a Antonio Campos, Josh Mond, Alex Ross Perry y Josh y Ben Safdie.
*Este texto fue originalmente publicado en mi blog Cinescalas del diario LA NACION.